miércoles, 26 de febrero de 2014

Noticia de febrero: La literatura para entender la anorexia, de Andrea Tomé.



La anorexia no se cura. Ni siquiera con literatura. Pero se puede explicar. Eso cree la jovencísima novelista gallega Andrea Tomé (Ferrol, 1994), de 19 años, que ha recibido hoy (26 de febrero) el Premio literario La Caixa/Plataforma dotado con 3.000 euros y la publicación de su obra, Corazón de mariposa, en la colección juvenil de Plataforma Editorial: Plataforma Neo. "Esta es la novela que nunca había pensado escribir", confesó la autora en la rueda de prensa del galardón concedida en Caixa Forum, que padece desorden alimentario al igual que su protagonista. "Pero me di cuenta, leyendo sobre mi enfermedad, que faltaba una obra que combinara buena literatura y conocimiento de qué es ser anoréxica".
La novela narra la historia de Victoria, una universitaria cuya rutina es contar calorías desde la torre de marfil de su enfermedad. Kenji, un compañero de clase, cambiará su vida en su día más difícil: cuando sus colegas estudiantes se la encuentren tirada en el baño de un bar, sobre un charco de sangre. "La protagonista es, a propósito, lo opuesto a mí", ha subrayado Tomé, que en ningún caso quiere que se entienda a su personaje como una sosias literaria. "Lo que sí es cierto es que sus obsesiones, sus pensamientos recurrentes, se inspiran en mi padecimiento de la anorexia. Pero es un personaje de ficción".
Andrea Tomé, a pesar de su premio y publicación que "aún no se cree", piensa que escribir sobre la anorexia no ayuda a superar la enfermedad: "Me gustaría decir que se puede curar una con literatura. Pero no es verdad. Esta es una enfermedad que está contigo toda la vida. Las anoréxicas sabemos de qué podemos morirnos y que, por mucho que mejores, será algo con lo que tendrás que lidiar toda tu vida. Así que no, no me ayudó a combatirla, pero sí a entenderla". Comprender esta dolencia, que "padecen tres de cada 100 personas", como recuerda la autora, era el mayor motivo para escribirla: "Hay muchos tópicos sociales que son falsos. Por ejemplo, que somos niñas que queremos tener un aspecto de modelo. No es así. Lo que tenemos es una enfermedad mental antes que física". El título de la novela, Corazón de mariposa, dio la pincelada de humor a la seriedad del tema: "Lo confieso, era el título de otra novela. Pero luego pensé que le venía bien. Sugiere un corazón pequeño, y las anoréxicas lo tenemos comparadas con una persona sin la enfermedad. Luego me enteré de que las mariposas no tienen corazón, solo tubitos”.
Tomé estuvo bien escudada en su rueda de prensa. A su izquierda: Jaume Giró, director ejecutivo de La Caixa, que destacó la "necesidad de la creatividad de la juventud como revulsivo"; Jordi Nadal, editor de Plataforma Editorial, que subrayó la calidad de la edición de este año, con 145 manuscritos recibidos de autores entre 14 y 25 años de seis países hispanoparlantes; y Francesc Miralles, novelista de literatura juvenil traducido a más de 12 idiomas y miembro del jurado de esta segunda edición del premio (la primera la ganó Laia Soler), que destacó el "tono directo, desacomplejado, duro y tierno a la vez" de la novela, alabando también la calidad de su prosa. A su derecha, su madre, visiblemente emocionada, sobre todo cuando su hija explicó, sin tapujos y sin perder la sonrisa, el drama de su enfermedad. Solo intervino para decir un "gracias" a los asistentes.
Esta joven autora tiene muchas más balas en la recámara: ocho novelas ya escritas, y quién sabe cuántas en la imaginación. Pero su estreno literario no puede ser más a flor de piel, un debut que arranca con esta dedicatoria: "A todas las princesas de hielo que sin saberlo construyen una cárcel con sus hueso".

Noticia de Enero: Fallece Félix Grande.



Félix Grande, que escribió en dos versos que sólo son verdaderas / las palabras irreparables, murió el 29 de enero en Madrid víctima de un cáncer. El 4 de febrero hubiera cumplido 77 años. Por si en sus ocho libros de poemas quedaba alguna duda sobre la relación entre literatura y vida él llamó Biografía a su poesía reunida y Libro de familia a su último poemario. En él habla de los suyos, es decir, de Vallejo y Machado, del flamenco, de su mujer y su hija (Francisca Aguirre y Guadalupe Grande, también poetas). Y de su madre, una mujer que amenazaba con suicidarse porque, contaba su hijo, llevaba dentro el “espanto” de la Guerra Civil.

Aquella madre trabajaba en el hospital de Mérida mientras el padre combatía en el bando republicano y por eso Félix Grande nació el 4 de febrero de 1937 en la capital extremeña, concretamente, donde se juntan, otra vez las palabras, la calle Concordia y la calle del Calvario, no lejos del Guadiana. Niño de la guerra, la contienda marcó al muchacho como alguien que siempre estuvo entre dos calles: fue extremeño de Tomelloso (Ciudad Real) —donde pasó su infancia y donde ha sido enterrado—, guitarrista flamenco consagrado a la poesía y poeta a caballo entre la generación de los cincuenta y la de los novísimos. Tenía tres años menos que Claudio Rodríguez pero se estrenó como escritor uno más tarde que Pere Gimferrer. Fue en 1964, con Las piedras, ganador del premio Adonais, el libro que inauguraba públicamente —Taranto (Homenaje a César Vallejo) seguía inédito— una obra expresionista y existencial que combina el compromiso cívico del medio siglo con la ruptura formal que explotó en el 68. Publicado un año antes, en 1967, el torrencial Blanco spirituals llevó el nombre de Félix Grande a las historias de la literatura.

Cuando obtuvo el galardón más importante de la poesía española de la época, Grande llevaba siete años viviendo en Madrid. Aunque había empezado vendiendo de puerta en puerta pomadas contra los sabañones, trabajaba desde 1961 con Luis Rosales en Cuadernos Hispanoamericanos, convertida en caja de resonancia de una literatura muy ignorada hasta la ruidosa eclosión del boom. En sus páginas encontraron cobijo tanto autores consagrados como Cortázar u Onetti como exiliados que no disfrutaban de tanto reconocimiento como Antonio di Benedetto o Daniel Moyano. El propio Grande llegaría a dirigir la revista entre 1983 y 1996, año en el que fue destituido por el Gobierno del PP, un gesto que el poeta vivió como un desgarro.

En los remotos días del pueblo Félix Grande había acumulado un variado curriculum como vendedor ambulante, vinatero, oficinista en un almacén, recitador de casino y cabrero como su abuelo, su padre y su hermano. Por eso solía decir que había sido “más pastor” que Miguel Hernández aunque “menos poeta”. También decía que la figura arrolladora de Paco de Lucía le hizo entender que nunca sería un guitarrista de los grandes. Fue entonces cuando combinó tablaos y bibliotecas para escribir Memoria del flamenco, un clásico del género y Premio Nacional de Flamencología en 1978. Ese mismo año publicó otro de sus libros fundamentales, Las rubáiyátas de Horacio Martín, que obtuvo otro premio nacional, esta vez de poesía. A partir de ahí, el silencio. Si acaso, los versos rescatados para cada nueva edición de Biografía. Y la prosa: ensayos como La calumnia (1987), una defensa de Rosales frente a la acusación de delatar a Lorca o La balada del abuelo Palancas (2003), una novela, cómo no, autobiográfica.


Cuando en el invierno de 2004 le concedieron el Premio Nacional de las Letras Españolas, la obra poética de Félix Grande parecía cerrada. “Cuando no llegan las palabras es tal vez porque uno no se lo merece”, decía sobre un silencio de más de 30 años. Fue la impresión causada por una visita al campo de exterminio de Auschwitz lo que le devolvió a la poesía, para él, una mezcla de inocencia y coraje, “un estado de gracia, no un género literario”. Así nació La cabellera de la Shoah, el poema-libro de mil versos con el que se cerraba en 2010 su poesía reunida, aquella Biografía a la que siguió, pocos meses más tarde, Libro de familia. Y el 29 de enero, la muerte, esa enorme palabra irreparable. Pero caeré diciendo / que era buena la vida / y que valía la pena / vivir y reventar, escribió Félix Grande en unos versos que quiso titular, secamente, Poética.
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